miércoles, 1 de julio de 2009

Darwin: Dos siglos después

Hernán Sorhuet Gelós*

El 12 de febrero se cumplieron doscientos años del nacimiento de Charles Darwin. Recordarlo con admiración y agradecimiento resulta una obligación de todos, considerando que sus ideas y opiniones modificaron el rumbo de la humanidad.

En ese sentido 2009 es un año muy particular pues además incluye otro gran aniversario estrechamente relacionado con Darwin. Su famosa obra El Origen de las Especies que sentó las bases para que se gestara la biología moderna, se publicó el 24 de noviembre de 1859.

La grandeza de Darwin y su consideración como una de las mentes más brillantes que ha producido nuestra especie, quizás se pueda resumir en una de sus características más asombrosas. Fue capaz de producir una teoría revolucionaria del conocimiento humano y de la comprensión del mundo al cual pertenecemos, basándose fundamentalmente en la observación y en su trabajo individual. A nadie se le ocurriría hoy realizar un gran descubrimiento sin un sólido trabajo en equipo de calificados expertos.

En su afán por hallar respuestas sin importar las consecuencias, el gran científico tuvo el valor de cuestionar dogmas e ideas indiscutibles para la época.

Nos cuesta imaginar el valor que necesitó para publicar en aquellos tiempos una teoría que echaba por tierra la incuestionable idea de que todas las formas de vida existentes –incluidos los seres humanos- eran inmutables desde su aparición. Además de los conflictos que le generó con la religión, sacudía el antropocentrismo que todas las personas cultivaban con inocultable orgullo. En este sentido, a pesar del siglo y medio transcurrido, todavía resulta evidente que la humanidad no ha superado esa visión de sí misma.

Además de asegurar que los organismos varían con el paso del tiempo, Darwin habló de los efectos de la selección natural, de la lucha por la existencia, la competencia. Hasta entonces se creía que desde su aparición el caballo siempre había sido ese animal, y lo mismo con todas las demás especies vivientes. Explicó de qué manera pensaba que tal fenómeno ocurría, recurriendo al sentido común, el razonamiento, la información aportada por otras ciencias, y a la observación y materiales colectados durante su memorables viaje en el bergantín Beagle por el Atlántico y el Pacífico Sur, desde 1831 a 1836.

La reproducción es el punto crucial en el proceso de evolución. El éxito de una especie se basa en ello. Y no siempre se trata de la supremacía del más fuerte en el sentido físico, pues también incide la habilidad, la capacidad reproductiva, etc. De hecho la selección natural se define por la mayor o menor capacidad de multiplicarse.

Sus postulados provocaron -y aún generan- mucha polémica. Sin embargo, con el avance asombroso que ha experimentado la ciencia, en especial en genética, bioquímica y ecología, el mundo científico no discute la evolución, ni el origen común de las especies.

Demostró tener una extraordinaria capacidad de síntesis, y de vincular hechos aparentemente no relacionados. Resultó ser muy imaginativo y a la vez, crítico. Se anuncian numerosos homenajes a lo largo de este año. Nuestro país debe sumarse a esa corriente, reivindicando además que nuestro territorio formó parte del famoso viaje de investigación de Darwin.

* Periodista ambiental uruguayo. Escribe en el diario El País de Montevideo y aquí reproducimos, con su autorización, el texto que se publicó el día 30 de enero del 2009.

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