jueves, 1 de octubre de 2009

México 68: Una visión marginal (Relato)

Alfredo Villegas Ortega*

Dear Prudence, won’t you come out to play?
LENNON / Mc CARTNEY


Corrían los fines de los sesenta y principios de los setenta. Aun antes. Trato de acordarme de eventos que me marcaron: La muerte de Kennedy; la llegada del hombre a la luna; la muerte de Pedro Rodríguez; las Olimpiadas del 68; cuando Omar Fierro enloqueció a la tribuna guinda y anotó el touch del gane ante los Pumas y observar cómo se apagaban las antorchas de un lado y se encendían del otro; ver ¡Help! en el cine Las Américas; deleitarme con Pelé -por TV- y su proeza en el Estadio Jalisco: dio un tremendo salto y cabezazo y, cuando todos coreaban gol, asombrarme ante la figura de Gordon Banks al sacar la pelota a tiro de esquina; las carreras de autos en la Magdalena Mixhiuca… Me acuerdo del 68 y pienso en el sargento Pedraza, el Tibio Muñoz, Mari Tere Ramírez. Bob Beamon y su impresionante salto de 8.90m. Voló el negro en CU y tuve la suerte de estar ese día en el estadio.

Amigos, enamoramientos platónicos, sueños de ser Jim Clark o John Lennon. Quise ser marchista, inspirado por el sargento Pedraza. Cuando fuimos a Cuemanco a ver el Remo, veía a algunos andarines entrenando en la cercanía del canal y más me emocionaba. Nunca lo concreté. Vamos, ni siquiera lo inicié, pero fue uno de mis sueños guajiros. Parecía estar en la familia adecuada, en el lugar perfecto y en un país que se daba el lujo de ser anfitrión de Grandes Premios de fórmula uno, de Olimpiadas y de un Campeonato Mundial de Fútbol.

Mi hermano Raúl compró una tele de 14 pulgadas, General Electric, ¡a color! para ver las olimpiadas. Unos pocos años antes el teléfono timbraba en mi hogar clasemediero, con profundo arraigo y viento popular. “¿Sí, casa de la familia Villegas?” No cabía duda, éramos un producto tangible del milagro mexicano. Esas terminologías y estadios económicos los averigüe después.

En el 68 tenía 11 años. Supe del movimiento estudiantil porque en, al menos, dos ocasiones en que iba al Plan Sexenal a jugar Basquet o frontón, con mis amigos de Santa Julia, vimos los tanques apostados alrededor de la Escuela de Ciencias Biológicas del IPN, y aun montamos exteriormente en ellos, con la venia de los soldados; a través de la revista clandestina ¿Por Qué?; porque mis hermanos Raúl y Javier Villegas participaron en él; porque mi primo Joel Ortega era uno de los líderes; porque a veces escuchaba que se decían cosas en Mar Adriático, y veía que llegaban personajes que la historia se encargaría de catapultar al umbral de la dignidad, la ignominia, la posición encumbrada, la solvencia moral permanente o el olvido. Veía a Jardón, a Pablo Gómez y a muchos otros que devoraban la comida o la cena. De esto recuerdo unos ricos platos de frijoles con epazote o crema, acompañados de una coca bien fría que Don Joel Ortega Rodríguez y la profesora María Juárez les (nos) convidaban. Cómo capturar aquellas pláticas, con mis –entonces- escasas lecturas y referencias única y exclusivamente musicales, deportivas, afectivas y de barrio. Imposible

De repente, reniega uno el no haber nacido un poco antes y formar parte de esa historia que sacudió los cimientos de lo que se creía una monolítica estructura social y política. ¿En México? ¿Cómo? Si la historia era sólo una asignatura en las escuelas. Si la historia ya estaba escrita; los héroes se habían encargado de conquistar para los demás la libertad, la justicia, la estabilidad social. ¿Dónde quedó el Plan de San Luis, el nacionalismo cardenista, Zapata y su gente, la Constitución? ¿Dónde –más atrás- los Niños Héroes, el indito que llegó a presidente, las Leyes de Reforma, la gesta del Cura Hidalgo? ¿Cómo diablos entender que aquellos vientos sesenteros eran la historia? ¿Cómo entender –entonces- que la historia no era, nada más, el registro de los hechos pasados? ¿Cómo mandar al carajo los libros de texto y encontrar referencias para entender ese presente? ¿A quién reclamarle por no entenderlo a cabalidad en su momento? A nadie, a todos. No había qué renegar, en todo caso, uno no tenía la culpa o tenía que encargarse –con su propia generación- de hacer historia.

Años más tarde, en la Normal Superior de México, con 20, 21, 22, años fui representante de mi Generación, ante el CERGENS (el Comité de Lucha del turno matutino), representante ante el Consejo Técnico Consultivo Paritario. Hicimos marchas, asambleas, mítines, tomamos las calles, tumbamos a varios directores, queríamos concursos de oposición transparentes, democracia interna, cambio de planes de estudio… Queríamos montarnos en el tren de la historia. Algunas cosas conseguimos, en otras nos apabullaron. Dos años después de mi egreso de la escuela, ésta fue cerrada por Reyes Heroles y enviada a terrenos de Azcapotzalco. Algunos maestros fueron cesados, otros amenazados, otros negociaron. No hubo fuerza, ni consistencia, ni se abrió la lucha, salvo en el sentido de apoyar toda suerte de movimientos (Nicaragua, El Salvador) más por solidaridad, que por una auténtica integración No fue posible hacer historia importante. Si acaso, intentos por recuperar o fortalecer la dignidad normalista. No se pudo, por diversas razones: coyuntura, tiempo, espacio, circunstancia, miedo, ignorancia, porque así es la historia…

En el 68 –pude advertir en los años posteriores- sí se hizo historia. Más allá del Álbum Blanco, de Lady Madonna o de récords olímpicos. Qué iban a cambiar aquellos muchachos heroicos. Quién sabe. Algunos dicen que la estructura democrática del país. Otros que revolucionaron la conciencia de miles de personas. Otros, que se sentían solos. Otros, que reivindicaron la libertad. Algunos más conectan el hecho con el 88 o el 2000. Muchos más sólo recuperan el hecho remitiéndose al 2 de octubre y su trágico desenlace. Por otra parte están los que creen que fue una parte de un proceso que arrancó desde antes y culminó, como tal, el 10 de junio de 1971.

Echeverría preso; algunos líderes olvidados; otros en sus curules; Díaz Ordaz muerto; otros que siguieron firmes en su convicción; activistas que hoy ven el hecho como una anécdota curiosa de su vida; otros que siguieron el camino de la guerrilla; editorialistas convencidos de la importancia del movimiento, haciendo apologías de él; otros más que insisten en que Díaz Ordaz hizo bien en defender la soberanía amenazada por esos revoltosos comunistas. ..Así es la historia.

Así es, así fue. Cuando años después uno recupera parte de ese bagaje a través de la crónica, de la tradición oral, de las conmemoraciones, y las va vinculando con el movimiento oscilante de la realidad, empieza a entender que había un mundo mayor al que un puberto descifraba desde su muy particular cosmovisión. Ese mundo, no obstante, se sigue asomando con otros rostros, con otras reivindicaciones, con nuevos tiempos…a ese mundo hay que apostar. Hay que invertir tiempo, cultura, consejo y experiencia, a los jóvenes para que se sigan procesando los cambios que requerimos. A lo mejor es tiempo de, ahora sí, ser parte de la historia, aunque en un rol muy diferente al que hubiéramos deseado.


* Profesor de la Normal Superior y titulado de la Maestría en Educación Ambiental de la Universidad Pedagógica Nacional. Unidad UPN095 Azcapotzalco.

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